martes, 29 de julio de 2008

EL TRIUNFO DE LA NORMALIDAD

Adiferencia de lo que ha ocurrido con los últimos campeones, el triunfo de Sastre no se acompaña de una novela. Contador, al igual que Armstrong, era, por encima de cualquier otra consideración, un superviviente. Pereiro mezcló en su victoria la hazaña de Walkowiak y la descalificación de Landis. Pantani añadió a su éxito su habitual agonía. El joven Ullrich se proclamó en París como el heredero que nunca llegó a ser y Riis disparó contra Indurain. Ellos, de la misma manera que Delgado, Lemond, Hinault y tantos otros, incorporaron a sus triunfos diferentes dosis de proeza o melodrama, por repetir éxitos o por repetir intentos.
Sastre ha ganado sin estruendo, sin más novela que la que nos acompaña a todos, concentrando sus méritos en la carrera y, en concreto, en el Alpe d'Huez. Se podría afirmar que es el primer hombre normal que gana el Tour en los últimos 40 años. Y si marco ese plazo es porque fue hace cuatro décadas cuando se encadenaron los triunfos de Aimar, Pingeon o Janssen, otros campeones de perfil bajo que habitaron entre las dictaduras de Anquetil y Merckx.
Sastre se encuentra en un territorio semejante, en el espacio que ha quedado entre Armstrong y el multicampeón que vendrá, que bien pudiera ser Contador. Su siguiente desafío será prolongar el interregno y conquistar, ya con 34 años (como Bartali en 1948), ese segundo Tour que distingue a los príncipes de los reyes.
No obstante, la victoria de Sastre tiene otros valores. Su normalidad es buena para el ciclismo, como es alentador que el campeón se acompañe de un currículo que hace de la victoria una consecuencia natural (cinco veces entre los diez primeros), sin escándalos ni exhibiciones increíbles.

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