martes, 14 de septiembre de 2010

HEROES DE CARNE Y HUESO


He notado, últimamente, al entrenar por pueblos este verano que la gente, y sobre todo los niños, me miran con la boca abierta cuando paso. En uno de estos días veraniegos tan intensos ciclisticamente hablando que he tenido, mientras entrenaba, saludé a uno de esos niños con la esperanza de que esa noche, al llegar a cenar, diga a su madre: "Mamá, quiero ser ciclista". Y por la cara que puso, estoy seguro de que lo dijo.
Porque nosotros, los ciclistas, somos unos héroes anónimos. Ya puedes ser profesional como cicloturista, que en todos los pueblos cuando pases la gente va a mirarte entre sorprendida y admirada, y los niños dirán: "¡Hala, un ciclista!". Un servidor ha visto como dos niños pedían un autógrafo a Alejandro Valverde y este tan natural como humilde se lo ha dado tan gustosamente a los chavales. Quién viera a estos peques intentando pedir un autografo a cualquier estrella del tan nombrado futbol rodeados de los "famosillos" de este mundo, seria casi imposible acceder a ellos, pero el ciclismo es diferente es humilde, y a la vez muy muy grande, somos una gran familia, seamos de la categoria que seamos.
Nosotros, los ciclistas, somos héroes, sí. Somos héroes cuando nos caemos, como Igor Antón en la decimoprimera etapa de la Vuelta. Somos héroes cuando nos levantamos, como Amets Txurruca en el pasado Tour de Francia. Somos héroes cuando lloramos y sobre todo, cuando lloramos de felicidad.


Sí, somos héroes. Cada uno de nosotros somos héroes a nuestra manera, cada uno de una manera diferente. Para acabar, solo puedo decir gracias. Gracias, héroes, por estar ahí para ser admirados.

lunes, 13 de septiembre de 2010

SOMOS DE OTRA PASTA


No es porque el ciclismo sea mi deporte, pero siempre he pensado que hay deportistas, y ciclistas. Son (pondría un somos, pero yo estoy a otro nivel, soy cicloturista) una especie diferente. Nada ni nadie les (nos) para. El ejemplo más claro lo hemos visto esta tarde en la Vuelta a España, cuando el líder -Igor Antón- ha sufrido una espeluznante caída a más de 70 por hora cuando, tras un mal gesto, se le ha ido la rueda delantera y se ha metido un guantazo de impresión. Cuando uno se va al suelo a esa velocidad es como si en cada revolcón por el asfalto te dejaras un pedazo de piel y de carne. En el momento, estás en caliente y sientes el quemazón de las heridas, no te enteras; lo peor viene a las horas cuando todo tu cuerpo es una colección de ronchones de piel quemada y carne viva. Antón, el que aparece en la foto, se ha puesto de pie medio aturdido, con el maillot y el culotte destrozado, sangrando por todos sitios y aún así quería seguir. Se ha subido a la bici, pero al segundo ha desistido, tenía el codo roto. Adiós a la Vuelta, al liderato y a un gran sueño.
Si han visto el vídeo o las imágenes, fíjense cómo en ningún momento Antón ni jura, ni se lamenta, ni siquiera llora. Y cuando ve que ya no puede seguir en carrera se quita el casco y las zapatillas con resignación, y se va al coche del equipo. Allí le vendan de urgencia, y cuando se acerca a la cámara hace un gesto con la cara como de otro año será, qué le voy a hacer yo, y levanta el pulgar como hizo Alonso en su día para decirle al mundo que estaba bien. Esa misma tarde lo han mandado al hospital de Cruces, donde a las 11 de la noche ha sido intervenido de urgencia para rehacerle el codo. Antes de entrar en el quirófano, este chaval ha dicho "la vida me ha dado muchos golpes y más duros que éste, el año que viene volveré a la Vuelta más fuerte aún".
Conozco a muchos ciclistas, y si por algo me enganchó este deporte es porque quienes lo aman (mos) y practican (mos) jamás se dan (mos) por vencidos, nunca hay un no por respuesta, siempre se vuelve para resarcirse de las heridas y las derrotas. El caso de Antón tendrá su repercusión en los medios porque era el líder de una de las grandes después de ganárselo a pulso, como le sucedió al llorado y querido Luis Ocaña en el Tour de 1971. Todos los días en muchas carreras, también en entrenamientos, muchos ciclistas y cicloturistas se caen, se accidentan o sufren sin que nadie lo sepa ni trascienda. Todos ellos, los conocidos y los anónimos, los que cobran bien y no tan bien o los que hacen esto por simple gusto, siempre se levantan, aquí nadie se queda agarrándose la pierna retorciéndose en la hierba como si se murieran, ni se pide el cambio, porque tampoco lo hay. No son, no somos masocas, nos han hecho así. Amamos la bicicleta, amamos el ciclismo y no conocemos la derrota.

lunes, 6 de septiembre de 2010

MIS 23 MILIMETROS


El sentido de la propiedad en ocasiones roza lo obsceno. Queremos, deseamos, anhelamos tener, poseer.

Sin valorar , que en la mayoría de ocasiones, todos esos anhelos no implican más que una muestra absurda de ese halo de materialismo en el que estamos envueltos por la sociedad actual. Hemos de ser conscientes de que, en la mayor parte de los casos, todas esas "cosas", sí cosas, no son más que objetos caducos, perecederos, que forman parte de nuestras vidas durante un periodo limitado. Bien porque el tiempo las merma o bien porque toda esa ilusión que un día tuvimos en poseerlas torna 180 grados y se convierte en desidia e ignorancia hacia ellas.

Sin duda alguna, las "cosas" auténticas, las que merecen verdaderamente la pena, son aquellas que no son tangibles. El concepto de familia, amistad, evasión, ilusión, alegría, soledad (escogida)... Aunque no las podamos tocar, provocan en nosotros sensaciones, emociones, estados de ánimo aleatorios... Nada material puede hacernos sentir así.

Personalmente puedo tener poco o mucho. De más o menos valor. Práctico o totalmente inútil. Pero hay cosas de las que uno no se puede sentir dueño o propietario por todo lo que hemos hablado anteriormente. Si hay algo de lo que estoy orgulloso, algo de lo que me siento realmente dueño y algo que sé a lo que voy a poder recurrir siempre (eso espero) son mis 23 milímetros.

Nunca tan poco significó tanto. A veces los tópicos no son tales y las cosas más pequeñas, o de menor medida, son verdaderamente las más grandes.

Mis 23 mm. Esos que me mueven. Los que me hacen sentir realmente bien, feliz. Sobre ellos puedo estar reflexivo, con la mente en blanco, temeroso, decidido, nostálgico, mirando con ganas adelante, concentrado... Puedo sentirme libre, en soledad absoluta, sentir verdadera paz. Sufrir, puedo llegar a sufrir mucho, pasarlo verdaderamente mal, pero también conseguir plena satisfacción. Son capaces de dibujarme una sonrisa imborrable en la cara. Sólo ellos. Lo que sucede entre mis 23 milímetros y la carretera es solo mío, no puede ser de nadie más.

Diferentes sitios, muchos kilómetros, con el tiempo como aliado o enemigo. Frío, calor, agua, viento... Pero siempre con MIS 23 milímetros. Sí, míos, solo míos. Nunca nadie podrá arrebatarme lo que he vivido sobre ellos ni la ilusión por seguir compartiendo sobre ellos horas, días, momentos... experiencias. 700x23 C, sólo eso, pero solo para mí.

Por cierto, tú... ¿qué tienes?