jueves, 30 de junio de 2011

CICLISMO EN ESENCIA


Hoy he venido a hablar de ciclismo, que, por cierto, no deja de ser mi propio libro vital. Un libro que llevo viviendo, leyendo y escribiendo de manera simultánea e ininterrumpida desde mi cada vez más lejana infancia y que, por lo que intuyo, me acompañará de forma apasionada hasta que llegue a la última recta de meta. No pretendo más, pero tampoco menos.
Una de las primeras cosas que aprendí dándole a los pedales -además de cerciorarme de que no es muy buena idea intentar saber a que huele el asfalto, ya que está muy duro y te abrasa la piel-, fue la importancia de ser agradecido. Saber dar las gracias a todo aquel que de alguna manera te ha prestado, o te puede prestar su ayuda para poder cumplir el objetivo de seguir en carrera, gracias a todos. Cuando allá por el verano del 90 decidí poner a prueba mi preciosa Reynolds 535 de la mitica tienda de bicicletas Larcia, color azul cielo de 5 velocidades, dando vueltas como un poseso a la manzana que rodeaba mi casa, no podía imaginar que casi 27 años después seguiría estando tan enganchado a este deporte como lo estaba aquella calurosa tarde, cuando me bajé medio acalambrado de aquel artilugio de hierro con ruedas. Y así es, sigo tan enamorado como el primer día y sintiendo el mismo cosquilleo en el estómago cuando hago cualquier cosa que tenga que ver con esta pasión. Poco importa si es una salida dominical con los amigos, el sprint final de una carrera de cadetes, o el ataque definitivo de Cancellara en el “Carrefour de l’Arbre”. Me emociono, me sube el pulso y, como diría aquél, me “aberroncho”. Pero no por ello dejo de ser consciente del profundo y prolongado letargo por el que está atravesando el ciclismo profesional. Es una sensación muy extraña. Es la contradicción entre tener la completa seguridad de que este deporte sobrevivirá pase lo que pase, y el dolor de ver cómo cada tropiezo, cada nuevo escándalo, hace supurar una herida que nunca acaba de cerrarse.
Hace unas semanas observaba en una revista unas imágenes en blanco y negro de Anquetil y Coppi, los rostros desencajados por el esfuerzo, los maillots de lana manchados por una grasienta mezcla de sudor y polvo, los gruesos tubulares enrollados entre la espalda y los hombros, o los pies esclavos de aquellos pesados y molestos calapiés metálicos… Todo era diferente. Y no quisiera con ello parecer retrógrado o dar la sensación de estar anclado en el pasado, ya que me niego a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Soy un amante de los nuevos materiales, alucino con la ingeniería de los ligerísimos cuadros que ofrece el mercado, con los fantásticos tejidos de las vestimentas actuales y con cualquier otro tipo de avance técnico y tecnológico que suponga avanzar en cualquier faceta. Pero creo, no obstante, que prestamos demasiada atención a estas cosas, que poco o nada tienen que ver con la verdadera naturaleza del ciclismo. Al fin y al cabo, no dejan de ser meros complementos técnicos o tecnológicos que dan un plus al rendimiento y a la seguridad. Todo ello no debe de hacernos olvidar la esencia pura de este deporte, que no es otra que la increíble capacidad que tiene el ser humano para superar los retos. Hablamos más de los dichosos pinganillos que del miedo que se pasa cuando un coche de la organización te adelanta rozándote el codo en plena bajada de un puerto. Nos preocupa más el hecho de que un equipo sea ProTour o no, que el desparpajo y la valentía de un corredor modesto atacando desde lejos, cuando realmente ni el miedo ni el sufrimiento entienden de categorías o de clasificaciones UCI.
Recuperemos el núcleo, la auténtica razón de ser de la bicicleta. Olvidémonos por un momento de los problemas y disfrutemos de lo que nos pone los pelos como escarpias. Hagamos con el esfuerzo, la capacidad de sufrimiento, el ácido láctico, el riesgo, la alegría, el dolor o la victoria, una pócima explosiva que jamás dará positivo y que poco a poco hará que nuestros niveles de ciclismo en sangre den colorido a nuestro pálido pasaporte biológico. Consigamos, así, que este deporte recupere el prestigio perdido hace tanto tiempo.

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