lunes, 5 de abril de 2010

LOS OJOS DE LA CAPILLA


Lo vivido hoy en el Tour de Flandes, justifica y representa a grandes rasgos este deporte y la belleza sin igual del mismo. El espectáculo y sus protagonistas estuvieron acorde con la cita, con la mística que destila la carrera, y la épica histórica de la misma. Y es que, quizá no halla palabras, pluma, e incluso las teclas de este ya vetusto teclado, para adjetivizar lo ocurrido en la dura y emblemática rampa adoquinada del Kapelmuur (El muro de La Capilla), donde el suizo Fabian Cancellara, asestaba el golpe definitivo para hacerse con su primer monumento flamenco y tercero en su cuenta particular, de los cinco denominados como tal, al ciclismo.Espartaco, apelativo con el que es conocido el corredor helvético, prosigue con su acercamiento y obcecación de ser el primer no belga, en conseguir los cinco cetros monumentales, y para no desentonar con la armonía de sus victorias precedentes en Paris - Roubaix y Milán - San Remo, su triunfo en Flandes no podía ser menos, que una exhibición portentosa a las que el corredor de Berna empieza a mal acostumbrarnos, retrotrayendo un ciclismo de otra época,Con el ambiente patrio-festivo habitual, partía de la Plaza del Mercado de Brujas, la 94ª Edición del Tour de Flandes, envuelta entre oscuros nubarrones y el brillo del suelo mojado por la lluvia. Con 262 kilómetros por delante, entrampados por los angostos y adoquinados muros que llevan a Meerbeke, se ponía en marcha un pelotón compuesto por más de 200 corredores, del cual saltaban Michele Merlo (Footon - Servetto), Mikhail Ignatiev (Katusha), Olivier Bonnaire (Bbox - Bouygues Telecom), David Boucher (Landbouwkrediet), Nicolas Rousseau (Ag2r - La Mondiale), Joost van Leijen (Vacansoleil), Floris Goesinnen (Skil - Shimano) y el español Vicente Garcia Acosta (Caisse d’Epargne), conformando la fuga del día, que llegó a contar con una renta máxima, superior a los 10 minutos, que se fue evaporando a medida que se sucedían los temibles bergs, muy especialmente gracias al empeño del conjunto Saxo Bank, al que ayudaba timidamente en la labor, los británicos del Team Sky en cabeza de pelotón.Los primeros muros (Kluisberg y Knokteberg) eran sorteados sin aparentes problemas, aguardando para el inminente y temible encadenado, Oude Kwaremont-Paterberg-Koppenberg, que empezaría a clarificar la situación de carrera, desmembrando el pelotón en pequeños grupos, que hacían lo indecible por volver a entrar.El tríptico adoquinado posterior, compuesto por Steenbbekdries, Taaienberg y Eikenberg, hacia concesiones al reagrupamiento, mientras al frente comandaba Sky arropando e imponiendo el ritmo que le convenía a su jefe de filas Juan Antonio Flecha.Con los escapados ya engullidos por el gran grupo, y antes de llegar a uno de los puntos claves para el desenlace de la carrera, hubo una sucesión de tímidos ataques, ejercidos por el aussie Matthew Hayman (Team Sky), con clara intencionalidad de ejercer posteriormente de enlace para su líder, o del mismísimo Lance Armstrong (RadioShack), al cual no dudaron en saltar a su rueda Philippe Gilbert y el propio Tom Boonen.No solo esos tímidos ataques acapararían el protagonismo antes de llegar al decisivo Molenberg. Una serie de infortunios mecánicos a diversos corredores como Lars Boom (Rabobank), Thor Hushov (Cervélo) y muy especialmente el campeón danés Matti Breschel (Saxo Bank), que se había mostrado con suficiencia en los muros anteriores, daban al traste con sus opciones, o más importante aún, con la labor táctica a desempeñar en función de su compañero Fabian Cancellara, para la búsqueda de una hipotética victoria. Con el peón principal de Saxo Bank fuera de juego, la iniciativa en el citado Molenberg pasaría a ser propia por parte del rey del tablero del conjunto danés, que ponía un fuerte ritmo en los pocos más de 300 metros adoquinados que comprenden el sector, al que únicamente Tom Boonen sería capaz de seguir, no sin titánico esfuerzo de por medio.
Ambos corredores ataviados con sus respectivos maillots de campeón nacional, encaraban los últimos 44 kilómetros que restaban a meta en perfecta sincronía, que hacia aumentar las diferencias con el grupo perseguidor compuesto por diez hombres, Philippe Gilbert, Sebastian Langeveld, David Millar, George Hincapie, Leif Hoste, Bjork Leukemas, Johnny Hoogerland, Juan Antonio Flecha y los compañeros de Boonen, Maarten Wynants y Stijn Devolder, que ejercian de freno ante los diversos arreones que se producian en el grupeto. La falta de entendiento de éste, ocasiono el intento desesperanzado en solitario del brítanico Millar, que poco después recibiría la compañía de Leukemans y Gilbert.Sorteados los tres escollos, Leberg, Berendries y Tenbosse, con más de un minuto sobre el trio perseguidor, el campeón belga y el suizo se acercaban inexorablemente, al eterno e inapelable juez de la contienda, el Kapelmuur, engalanado nuevamente para la ocasión, con el fervor y la pasión desatada, que vive la región del norte de Bélgica, ante su gran escaparate a ojos del mundo.Seria justo en el tramo más duro del muro, donde Fabian Cancellara dejaría una imagen ante miles de retinas, que a buen seguro será archivada por las mismas pupilas y de paso para los anales de la historia del ciclismo y en su defecto a la de la propia carrera, subiendo a un ritmo demoledor sin levantarse del sillin de su bicicleta, ante el cual el ídolo local, no pudo más que acompañar con la mirada mientras se retorcía en el rudo adoquín de Geraardsbergen.Localidad que veía como el corredor helvético, se dirigía a la última dificultad empedrada de la jornada, el Bosberg, que encaró con más de un minuto sobre el ciclista belga, quien en un alarde de orgullo se rehizo del "shock" anterior, para no acabar siendo alcanzado por Leukemans y Gilbert, que amenazaban peligrosamente con hacerlo.Con todo decidido, Cancellara se postraba en solitario en la larga recta de Meerbeke, para recrearse tranquilo y lleno de jubilo a la vez, tras una exhibición histórica sin paleativos, que hizo que se cumplieran con creces las espectativas creadas. Boonen llegaba a 1'15" del corredor suizo, mientras que Gilbert se imponía con facilidad a su compatriota Bjork Leukemans, por el tercer puesto.Ni las palabras, las vetustas teclas, las letras ni las más excelsas plumas, podrán definir lo indefinible de lo memorable, miles, tal vez millones de retinas, de pupilas archivadoras podrán atestiguar con el tiempo lo acontecido el primer domingo de abril de 2010, pero solo unos ojos serán imperturbables, sigilosos y mudos con la historia una vez más. Los ojos de La Capilla.