lunes, 29 de junio de 2009

EL SILENCIO DE CONTADOR



Alberto Contador construye su imagen de dentro a fuera, y eso no cuadra con lo que se lleva a su alrededor, con lo que se estila en los tiempos que corren, en su equipo también, al que desconcierta. Contador se construye desde el silencio. Cuida tanto lo que dice, es tan consciente de que todas las palabras que emita, todos los gestos que despida, pueden ser medidos, pesados, interpretados, de tantas maneras que su discurso, voluntaria y finalmente, se reduce a la casi nada. Lo que no le viene nada mal para afrontar en la mejor disposición de cuerpo y de alma, acorazado, lo que se avecina, que no es moco de pavo.
El sábado se disputa la primera etapa del Tour, una carrera que Contador ganó en 2007 y que no pudo correr en 2008 porque el organizador castigó a su equipo, el Astana, pero una competición quizás más importante comienza el miércoles, el día en el que en la roca de Mónaco -un escenario principesco que parece reclamar intrigas de palacio, insidias, enredos sin fin- Contador y Lance Armstrong se encontrarán e intentarán convivir en el mismo equipo. Quizás sin excesiva fe. Uno de los dos sobra, forastero.
Después de construir su leyenda con siete victorias en el Tour, con una lucha sin cuartel, y victoriosa, por supuesto, contra el cáncer, Armstrong se retiró en la cima. Cuatro años después, a punto de cumplir los 38, ha regresado para atormentar al presente, para ganar el octavo Tour, para romper la paz breve que Contador creía haber alcanzado. En su regreso, Armstrong reconstruye su imagen, de acuerdo con los tiempos que nos llevan, de fuera adentro, desde una sobreexpresión cercana al exhibicionismo. Desde una sobreexplotación de los símbolos, como el de la pulsera amarilla que identifica y proporciona fondos a su fundación contra el cáncer, Livestrong; como la fratría que ha construido en torno a su twitter. Dos símbolos de pertenencia, de inclusión en el círculo de los elegidos. Contador no lleva pulsera amarilla, tampoco, y es uno de los pocos que se resiste a su invasión, informa al mundo de sus andanzas a través del twitter. No lo necesita.
"Pero no por nada especial, no porque esté en contra de la pulsera", precisa Contador. "No llevo ninguna, ni la rosa del Giro, ni nada de nada en las muñecas sencillamente por superstición, lo asocio con algunos momentos malos. Y twitter no me he planteado tenerlo, ni siquiera sé cómo se entra en la página. Y, en todo caso, si me hago un twitter nunca lo usaré para sacar al exterior mi vida íntima. Lo mío es lo mío. Así me han hecho".
No hay desafío ni crítica a quien ha construido su imagen, y su fortuna, a través de ambos medios, simplemente un deseo de afirmación de su personalidad. Silenciosa. Diferente. Y siempre desde el convencimiento de que como ciclista es mejor en estos momentos que el viejo Armstrong, mejor escalador -no hay de hecho, en el mundo, ninguno con su capacidad de dejar clavado a quien quiera en un puerto-, mejor contrarrelojista incluso.
Todo ello deja en un equilibrio incómodo a Johan Bruyneel, el director del Astana, dividido entre el esplendor planetario que encarna Armstrong, su capacidad de movilización social, su ascendente en el gran mercado del mundo, Estados Unidos, el mejor rollo personal, cultural, que le une con el tejano, y la seguridad puramente deportiva en el Tour, el objetivo último del equipo, que representa Contador, con quien no se lleva tan bien, de quien le separa más edad, de quien le separó más aún el regreso de Armstrong, cuyas ideas fijas interpreta como cabezonerías, de quien no comprende cierta desconfianza.
"Me siento como si alguien hubiera puesto mi cara en una diana y estuvieran tirándome dardos a mansalva, sin piedad", confesó recientemente Bruyneel en su twitter. Una confesión de cansancio, de incomprensión. Aparte del conflicto latente Contador-Armstrong, los últimos meses Bruyneel ha debido lidiar con las impenetrables autoridades de Kazajistán, que a punto estuvieron de dejar al equipo sin financiación, en la estacada. Qué cansancio, y además, el conflicto. Y los celos.
Bruyneel impuso una alineación en el Tour que dejaba fuera a un protegido de Contador, Noval, y, compensando, a uno de Armstrong, Horner. Contador, que recibió el apoyo psicológico de la visita de Bruyneel en el campeonato de España contrarreloj en Santander, no ha ha hablado del asunto, no se ha quejado; Armstrong, en su twitter, claro, sí. "No lo entiendo. Ya no mando aquí", escribió Armstrong, quien multiplica las señales de nerviosismo. En otro twitter avala la filtración de la presunta infidelidad de Contador, quien negoció, según se puede ver en la página de Armstrong, correr en Tour con el Garmin en el caso de que la UCI hubiera retirado la licencia al Astana, mientras Armstrong preparaba una alternativa financiada por Nike que exhibiría los colores de Livestrong.
Más síntomas. Contador controló con tanta firmeza sus ganas de soltarse el pelo en la Dauphiné Libéré -el derroche voluntario de energías en carreras secundarias acarrea la triste carencia llegado el momento de la verdad- que acabó desquiciando completamente a Cadel Evans, uno de los rivales que le esperan en el Tour. "Ha acabado desesperado", confiesa, con una gran sonrisa de satisfacción, Contador, quien incluso ayudó a ganar la carrera a Alejandro Valverde. La interpretación de Armstrong fue diferente. Escribió: "Después de lo visto, Cadel es el favorito para el Tour, muy fuerte en la montaña, la más fuerte contrarreloj".
El viernes pasado, después de proclamarse campeón de España contrarreloj, Contador anunció "estoy listo" y se volvió a su casa a hacer la maleta para viajar el miércoles a Mónaco. Armstrong cogió un avión en EE UU y se plantó en Suiza. El sábado, inusualmente cerca del comienzo del Tour verdadero, empezó a recorrer en bicicleta las etapas alpinas. "Recorreré seis", anunció, y acompañó las palabras de un vídeo de su ascensión a Verbier.

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